miércoles, 16 de noviembre de 2011

LA IGNORANCIA TAMBIÉN SE ENCUERA: VEA EL SHOW DE ¡SÓLO PARA LECTORES!

CONTESTA EL MAYOR NÚMERO DE PREGUNTAS Y GÁNATE DOS BOLETOS PARA EL CONCIERTO DE B.I. EN EL CCU
FECHA DEL CONCIERTO: VIERNES 18 DE NOVIEMBRE   20:00 HRS., COMPLEJO CULTURAL UNIVERSITARIO
INSTRUCCIONES
El que conteste más preguntas acertadamente, se los lleva.
No sea huevón…o huevona (aquí no se discrimina a nadie), asómese al blog LA CIUDAD DE LAS INFINITAS AVENIDAS http://federico-flores.blogspot.com/ : tres de las cinco preguntas se contestan leyendo su contenido.
La fecha límite para mandarme sus respuestas,  es el jueves 17 de noviembre, a las 24:00 hrs. Todos recibirán respuesta; pero sólo uno se lleva los boletos.
Mándalas a librero.voyeur@hotmail.com, o deja las respuestas, o comentarios si le gustó el contenido, en el Blog.
Los boletos se entregarán en la Librería Universitaria, Sucursal Centro. Av. Juan de Palafox y Mendoza No. 229. El día del concierto, a partir de las 14:00 hrs.
Las preguntas tienen el siguiente criterio: son influidas por el gusto literario del creador del blog.
No se desanime porque tenga que leer; en ésta ocasión vale la pena para que se vaya al concierto.  
1)      Título de la obra central de Macedonio Fernández
2)      Nombre del hospicio que aparece en el cuento de David Toscana, “Princesas y luchadores”
3)      Nombre del único libro de poemas de David Toscana (esta respuesta vale triple)
4)      Nombra las tres novelas que conforman el primer ciclo narrativo de Roberto Arlt
5)      Nombra el título de la novela que utiliza el protagonista de El último lector, de David Toscana, para explicar la aparición de la niña muerta en el pozo de su hijo
 

domingo, 9 de octubre de 2011

La tristeza de los domingos por la tarde

Querido lector:

Una vez más llegó a su fin otra semana...es domingo. 

Supongo que estarás viendo la televisión, quizá en el facebook, bebiendo las gotas de lo que fue una promesa...la agitación causada por la llegada del viernes.

Como en la fiesta de ayer, a eso de las cinco de la mañana, te has dado cuenta que todo sigue igual.

¿Te has preguntado por qué éste día, y éstas horas, se vuelven difíciles de soportar? 

jueves, 8 de septiembre de 2011

MACEDONIO FERNÁNDEZ (1995)

MACEDONIO FERNÁNDEZ (1995) es el título de un documental dirigido por Andrés di Tella y producido por la Secretaría de Cultura de Buenos Aires. Ricardo Piglia,  como guionista y actor, nos guía por el Buenos Aires de Macedonio Fernández. El resultado es una inolvidable investigación sobre la topografía urbana y el recuerdo, dos de las materias con que se nutre la literatura.
Piglia convierte la gestación de su novela LA CIUDAD AUSENTE (1992) y el proceso creativo de la ópera en dos actos de Gerardo Gandini (basada en la novela), en una película sobre su visión personal de Macedonio Fernández.
Incluye testimonios de Adolfo de Obieta, Roberto Jacoby, Ricardo Zelarrayán, Gerardo Gandini, Carlos Boccardo, Germán García. Duración apróximada de 45 minutos, aquí la primera parte:


domingo, 4 de septiembre de 2011

Princesas y luchadores


Por David Toscana

La temperatura se acercaba a los treinta grados y sin embargo, por inercia de otros días de frío, las ventanas se mantenían cerradas, encendidos los pilotos de los calentadores y en el refrigerador no había cerveza. Sudaban las manos gruesas, blancuzcas de Robledo. Llevábamos poco más de una hora bebiendo, hablando de los gastos, los regalos, los parientes que nos visitan, si en la cena de Navidad comemos pavo o tamales o pierna de puerco. Yo miraba el reloj de vez en cuando porque tenía compromiso para esa noche; mi mujer me estaba esperando.
     Robledo me había llamado esa tarde para citarme en su casa.
     —Pero es Nochebuena —le dije.
     —También es una noche para los amigos —respondió—. Además, Nacho ya dijo que sí.
     En la mesa se erguían dos botellas de tequila; una de ellas casi la habíamos vaciado, sobre todo Robledo, que bebía con más prisa que gusto. Entre trago y trago me enteré de que en un principio Nacho tampoco había querido asistir, pero Robledo lo convenció con el mismo argumento: Toscana ya dijo que sí.
     La bolsa de papas fritas que llevé por no llegar con las manos vacías continuaba intacta, cerrada sobre una silla, como un invitado más.
     —No entiendo qué niño puede desear una pista Hot Wheels —dijo Nacho—. Los coches no alcanzan a dar ni una vuelta antes de accidentarse.
     Era un comentario natural en Nacho, que se consideraba un abanderado contra el consumo. Decía otras cosas, como: si yo fuera un consumidor promedio, todos los comercios se irían a la quiebra; o bien: en mi época recibíamos un balón de futbol y nos hacíamos hombres, ahora reciben un juego electrónico y se hacen idiotas. Y hablaba con el desparpajo de un soltero, a salvo de una mujer que le exigiera el gasto, de unos hijos que pidieran una pista o un juego electrónico para Navidad.
     —En estas fechas todo se justifica —Robledo dio otro trago de tequila— con tal de ver la sonrisa de un niño.
     Nacho y yo nos miramos, incrédulos. Robledo nunca se expresaba de ese modo y su ya patente borrachera no servía como excusa. Mucho menos porque cinco meses atrás lo habían echado de la mueblería donde trabajaba, y para un desempleado la Navidad se convierte en un problema mayor que el cobrador de la renta.
     —Ahora vuelvo —dijo Robledo, y subió las escaleras rumbo a su recámara.
     —¿Qué le pasa a este güey? —preguntó Nacho.
     Yo alcé los hombros y miré de nuevo mi reloj.
     —Las nueve —dije—. Ya me tengo que ir.
     Tomé la bolsa de papas, pues la cena de Nochebuena se haría en mi casa, con la familia de mi mujer.
     —Yo también me largo —dijo Nacho.
     Alcé la voz para llamar a Robledo; él entreabrió la puerta y nos pidió que lo esperáramos un minuto.
     Nacho y yo nos acercamos a la puerta. Imaginé que Robledo nos daría un regalo y eso, en vez de halagarme, me molestó. Yo no tenía nada para él, y yo sí tenía empleo.
     Apareció en la cima de las escaleras, con traje de Santa Clos y un costal a su espalda; luego bajó con cierta torpeza, riendo sin felicidad. Robledo era gordo, de piel blanca y casi totalmente calvo. Su frente sudorosa reflejaba el foco de la sala. El disfraz le iba bien, pero me incomodaba ver a mi amigo vestido de ese modo.
     —No seas imbécil —le gritó Nacho.
     Me pregunté cuál sería el plan de Robledo. ¿Para qué había invitado a sus dos amigos? ¿Qué contenía ese costal? Si recibir un regalo me resultaba molesto, la cosa empeoraba si para eso había que representar un acto con Santa Clos. ¿Qué nos pediría? ¿Que nos sentáramos en sus piernas? Sin una respuesta satisfactoria, sólo pensaría que Robledo nos quiso echar a perder la Nochebuena. Nacho se acercó a mí para susurrar:
     —Me deprime.
     Yo asentí. El efecto de alegría que me había transmitido el alcohol se extinguió. Robledo se acercó a la mesa, se desplomó en la silla y bebió el resto de tequila en la botella. Dejó caer el costal y algunos juguetes se desparramaron por el suelo. Vi luchadores de plástico, princesas de goma; ambos de una pieza, sin articulaciones.
     —La esposa de mi ex patrón sostiene un hospicio —dijo sin alzar la vista—. Me pidió que le ayudara.
     —¿Y tu mujer qué opina de esto? —pregunté—. ¿Qué dicen tus hijos?
     Él se llevó índice y pulgar a la boca para sacarse una pelusa de la barba sintética pegada en la lengua.
     —No tienen por qué saberlo —respondió.
     Abrió la otra botella, pero no se sirvió. Mientras se ajustaba la chaquetilla y aflojaba el cinturón, mencionó la alegría de los niños, el significado de la Navidad, la tristeza de quienes en esa noche no tienen a sus padres. Algo contó sobre su propia infancia, pero ya no le puse atención.
     —¿Cuánto te van a pagar? —irrumpió Nacho.
     —No es por el dinero —respondió Robledo.
     Me sentí mal por la bolsa de papas en mis manos. La deposité en la silla. Nacho sacó su cartera y tomó unos billetes; los arrugó y los arrojó sobre la mesa.
     —Toma —dijo— y evítate el ridículo.
     La actitud de Nacho me pareció cruel, pero justa. Por eso yo también saqué mi cartera y puse en la mesa tres billetes.
     Robledo se pudo haber molestado, pudo echarnos de su casa, pero resultaba imposible mostrarse digno dentro de un traje de Santa Clos. Por eso nos acompañó a la puerta.
     —Feliz Navidad —dijo.
     Nacho se montó en su auto y arrancó. Yo volteé hacia Robledo antes de entrar en el mío.
     —¿Te llevo a algún lugar?
     —No —respondió—. El hospicio del padre Plancarte está a cinco calles de aquí; me voy caminando.
     Cuando me detuve en el semáforo de la esquina miré por el retrovisor. Robledo continuaba ahí, ondeándome un adiós.
     Mi hijo mayor abría el regalo que le dieron sus tíos, un soldado equipado para misiones especiales, cuando sonó el teléfono. Era Josefina, la mujer de Robledo.
     —¿Sabes dónde está? —dijo luego de los saludos.
     —No lo he visto —respondí, y de inmediato me arrepentí de mi mentira. Hubiera bastado con decirle que estuvimos juntos alrededor de las nueve.
     —Me dijo que tenía que hacer un trabajo —explicó Josefina—, pero me aseguró que estaría aquí antes de las once.
     Vi mi reloj. Eran las doce y cuarto. Ella me comentó que toda la familia estaba reunida en casa de un hermano de Robledo, y sólo esperaban su llegada para abrir los regalos.
     —Entonces no debe de tardar.
     Terminamos la conversación con la promesa de llamarnos si nos enterábamos de algo. Regresé a la sala, donde una de mis cuñadas decía "qué preciosidad" cuando la abuela Marica quitó la envoltura a una bola de cristal con la Venus de Milo dentro.
     Caí en la cuenta de que el siguiente paso de Josefina sería llamarle a Nacho; entonces corrí al teléfono y marqué su número. Estaba ocupado. Quizá Nacho le contaría que estuvimos bebiendo, y Josefina se preguntaría el porqué de mis mentiras. Continué marcando el número una y otra vez hasta que pasó la llamada. Por suerte resultamos igual de mentirosos y se había mantenido en secreto nuestra reunión con tequila y el hospicio del padre Plancarte.
     —Vamos a buscarlo —le dije.
     Acordamos que pasaría a recogerlo en quince minutos. Mi mujer puso una serie de objeciones, pero al fin la convencí. Cuando me dirigía a la puerta alcancé a escuchar que mi cuñada otra vez decía "Qué preciosidad".
     Estacioné el auto frente al hospicio del padre Plancarte e hicimos sonar la campana de la verja. Luego de unos segundos se asomó la cabeza de una monja.
     —Disculpe —le dije—. Buscamos al padre Plancarte.
     —Así se llama el hospicio —respondió la monja—, pero hace más de ochenta años que el padre Plancarte está con el Señor.
     La monja se aproximó a la verja con un gesto que se adivinaba severo a pesar de la oscuridad.
     —¿Ustedes tienen que ver con el Santa Clos que nos dejó plantados? Los niños se fueron a dormir muy tristes.
     En la segunda planta se menearon las cortinas. Los niños aún esperaban.
     —Sólo eran unos muñecos de plástico —Nacho alzó la voz.
     Quedamos un rato en silencio, los tres esperábamos a que hablara cualquiera de los otros dos.
     —Hubo tamales y chocolate caliente —dijo la monja—. No la pasamos tan mal.
     Me dieron ganas de arrojarle unos billetes tal como se los habíamos arrojado a Robledo. Hace falta muy poco dinero para llenar un costal con luchadores y princesas.

     
Nos dirigimos a casa de Robledo, despacio, haciendo pausas en cada esquina, mirando a un lado y a otro, pensando que tal vez la borrachera lo había tumbado en cualquier banqueta y dormía con su costal como almohada; sin gorra, sin barbas, descamisado por el calor.
     Nada.
     Llegamos a su casa y tocamos alternativamente la puerta y el timbre.
     Nada.
     Por la cortina entreabierta distinguimos que faltaba la segunda botella de tequila. No había rastros de Robledo ni del costal con juguetes. El dinero seguía sobre la mesa; la bolsa de papas, sobre la silla.
     —No puede estar muy lejos —dijo Nacho.
     Y abordamos el auto para rondar en la cuadrícula del barrio.
     —Robledo no nos citó en su casa para festejar la Nochebuena, ni para que bebiéramos tequila, ni para regalarnos un luchador de plástico.
     Nacho me miró sin saber de qué le hablaba. Doblé a la derecha por una calle oscura, otra calle oscura como cualquiera por ese rumbo. Creí distinguir la silueta de una persona en el suelo, pero se trataba de unas bolsas de basura.
     —Hubiera bastado una palmada en la espalda —continué—. Si no contaba con su familia al menos nos tenía a nosotros.
     Nacho asintió, pero no supe si era una seña afirmativa o el mero vaivén de la cabeza porque en ese momento una de las llantas pasó por un bache.
     —¿Alguna vez te contó por qué lo echaron de la mueblería?
     —No —respondió.
     Tampoco a mí me lo había contado, pero una vez me confió que echaba de menos su empleo, que le gustaría volver.
     Divisé a una persona en la acera y detuve el auto. Pronto distinguí que no era Robledo; se trataba de un hombre que sacaba varios paquetes de la cajuela de su auto. Asomé la cabeza para preguntarle si había visto a una persona con traje de Santa Clos. El hombre respondió que no y yo reanudé la marcha.
     —Ya son cinco meses sin empleo.
     Seguro Nacho no quería pensar en el asunto, porque me dijo:
     —Santa Clos se vería mejor vestido de azul.
     —Tal vez —dije—. Pero sería más difícil hallarlo en la noche.
     —La figura de Santa Clos es como la de Dios que pintan en las iglesias —dijo Nacho—, sólo que Dios nunca sonríe.
     Frené en seco.
     —Mira.
     —¿Qué? —preguntó Nacho—. ¿Lo encontraste?
     Bajé del auto y me apresuré hacia el punto donde caía la luz de los faros sobre la calle. En un radio de dos metros yacían tres luchadores y una princesa. Los recogí y revisé los alrededores, echando un vistazo bajo los autos estacionados, en los portales de las casas, entre algunos arbustos.
     Regresé al auto, entregué a Nacho los juguetes y arranqué. Él tomó dos luchadores y simuló una pelea entre ellos. Un luchador tenía máscara y mallas rojas; el otro, azules.

     Llevábamos casi dos horas rondando por las mismas calles, pero me negué a ir más lejos. Nos detuvimos frente a un teléfono público y llamé a mi mujer. No había noticias de Robledo; Josefina no había vuelto a llamar.
     —Ya es hora de que regreses —me dijo—. Tus hijos te esperan.
     Le aseguré que sólo daríamos una vuelta más; media hora a lo sumo.
     Pasamos de nuevo frente a casa de Robledo. Nada. Me detuve en la siguiente esquina, junto a un muro de luces parpadeantes. Eran mentiras de mi mujer: mis hijos no me esperaban; acaso estaban durmiendo, acaso el mayor pensaba en su soldado equipado para misiones especiales y el menor en otra cosa. La abuela Marica procuraría un accidente para romper la Venus de Milo. Cerré los ojos un instante. Tal vez la monja también mintió y no hubo tamales ni chocolate caliente.
     El luchador de mallas rojas había perdido; ahora peleaba el azul contra el verde.
     No sé cuántas vueltas más dimos. La media hora se alargó; supe que mi mujer estaría furiosa, pero seguimos buscando hasta que comenzó a amanecer, hasta que llegó la hora de aceptar nuestro fracaso.
     Aunque Nacho tenía los ojos abiertos, yo sabía que soñaba. En sus manos la princesa besaba al luchador verde, el vencedor, que continuaba en su pose retadora, puños cerrados, piernas abiertas, rodillas un poco flexionadas, la única pose de un plástico inmóvil, incapaz de abrazar a la mujer amada. Pero ella igual lo besaba y Nacho sonreía como un huérfano. -

Texto e imágenes cortesía de: http://www.letraslibres.com/index.php?art=10137

martes, 30 de agosto de 2011

La inteligencia de las mujeres

Tomado de Roberto Arlt, «Antipatía», Aguafuertes,
1.ª edición, Buenos Aires, Losada, 1998, vol. II, pág. 309

Comentario de Sergio León Gómez

Demoledora imagen del género femenino la que nos ofrece Arlt en esta Aguafuerte en la que pone de manifiesto la lucha de sexos a la que se ven abocadas las parejas. Este enfrentamiento parece inevitable en una sociedad de apariencias e intereses en la que los seres humanos son instrumentalizados. No se libran las mujeres de su brutal análisis, en cuanto ellas participan de un juego cuya finalidad es mantener el orden establecido, a través de la institución del matrimonio. Víctima o verdugo, Arlt rechaza este tipo humano convencional, quizás porque aspira a una pureza imposible en un mundo degradado por la ambición y el afán de progreso.


«La mujer tiene una antipatía instintiva por el hombre inteligente. Sabe que podrá engañarlo relativamente. Sabe (y eso, sin que les hayan enseñado, son más advertidas que el hombre) que el individuo inteligente es su enemigo, que la sondeará tanto y tanto hasta que toda la apariencia de que está revestida se va a desmoronar, y de allí que una mujer, cuando se encuentra en presencia de un individuo que sospecha poco común, calla y lo observa. Su sistema es callar. El otro habla, se descubre; ella observa. ¿De qué modo puede engañarse a ese hombre? ¿De qué manera se le puede destrozar el alma, dominarlo, hundirlo, moverlo como un fantoche?
Lucha endemoniada y curiosa.
Aquello que comenzó como un insignificante «programa»; la muchachita que de primera intención usted juzgó equivocadamente, despacio va desenvolviendo su carácter terrible, mostrando las uñas; y si usted es un imbécil, ella juega con su alma como el gato con el ratón.
Claro está que ese juego fracasa con un individuo medianamente observador. Usted lentamente irá anotando las contradicciones, las mentiras pequeñas o grandes, acumulando pruebas que un día dan como resultado un conjunto negativamente psicológico, y la mujer lo sabe. De allí que esas muchachas que por las calles vemos acompañadas de solemnes marmotas, no son tan tontas como creemos. No, amigo. Son vivísimas. Demasiado vivas, siempre que encuentren a un gilito, como dicen ellas.»

martes, 23 de agosto de 2011

“SER” A TRAVÉS DEL MAL

libertad y expiación en El Jorobadito, de Roberto Arlt

Federico J. Flores Pérez
Universidad Iberoamericana Puebla

En la dedicatoria del libro de cuentos titulado El Jorobadito[1] el escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942),  vislumbra la condición que comparten los personajes de su primer ciclo narrativo[2]: “Los seres humanos son más parecidos a monstruos chapoteando  en las tinieblas que a los luminosos ángeles de las historias antiguas”. Esta afirmación adquiere un mayor sentido  al recorrer las páginas de su obra, funesto catálogo de traidores, rufianes, locos, asesinos y perversos. Malevaje inspirado, como señala E. Anderson Imbert, en esa vida caótica de la que Arlt fue testigo y actor.[3] Está Silvio Astier, personaje principal de El juguete rabioso, quien fracasa en diferentes situaciones y sólo le queda “delatar” a su mejor amigo con quien planea el robo de una casa. Rigoletto “el jorobadito” [4], saca un revolver y exige ser besado por una mujer a cuenta de la corcova que la humanidad le ha impuesto. Sin embargo es Erdosain, personaje principal de Los siete locos[5], quien representa el tema predominante de la narrativa arltiana: “Ser” a través de un crimen. El asunto es expuesto con precisión en un monólogo del capítulo primero:
Yo soy la nada para todos. Y sin embargo, si mañana tiro una bomba, o asesino a Barsut, me convierto en el todo, en el hombre que existe, el hombre para quien infinitas generaciones de jurisconsultos prepararon castigos, cárceles y teorías. Yo, que soy la nada, de pronto pondré en movimiento ese terrible mecanismo de polizontes, secretarios, periodistas, abogados, fiscales, guardacárceles, coches celulares, y nadie verá en mí un desdichado sino un hombre antisocial, el enemigo que hay que separar de la sociedad.
¡Eso sí que es curioso! Y sin embargo, sólo el crimen puede afirmar mi existencia, como sólo el mal afirma la presencia del hombre sobre la tierra. [6]
Sobre el tema del mal en la narrativa de Arlt, dos autores se han ocupado. En La confesión perversa: Un acercamiento a “El jorobadito” de Roberto Arlt[7], Se-Hyeong Park ubica tres momentos en el relato, en que la maldad se manifiesta de diferente forma. Posteriormente, Roberto Vélez Corres ha dedicado un libro entero al mismo tema, abarcando la obra completa del escritor bonaerense. No obstante el tratamiento del tópico en ambos trabajos, es necesario leerlo desde la literatura misma, para continuar su estudio.  Para ello recurro al ensayo titulado La literatura y el mal[8], en el que George Bataille medita desde ocho autores, entre otras cosas, sobre la malignidad como un estado de libertad y una forma de expiación.
Se-Hyeong Park ubica dos momentos del mal en el relato. La primera es la transformación que sufre el narrador-personaje durante el relato. Al inicio de este, expresa repulsión hacia el aspecto físico del “giboso”; el cambio sucede cuando ambos pactan una visita a la novia del narrador (de quien nunca se sabe el nombre), para pedirle que bese al contrahecho como prueba de su amor. La situación se sale de control pues ella se niega, provocando que Rigoletto saque una pistola y exija ser besado a cuenta de la joroba que la humanidad le ha impuesto.  En ese instante el narrador se convierte en espectador, en vez de detenerlo goza con la insolencia del jorobadito, lo cual Park lo califica como un síntoma de locura: “Si el narrador estuviera del lado de la sociedad normal, del mundo de la razón, tendría que haber detenido a Rigoletto […] La locura lo devora y la distinción entre él y Rigoletto desaparece.”[9] Sobre la locura, Park comenta que se trata de un escape de la vida cotidiana: pero también opera como una “afirmación del ser, de ser único”.
El segundo momento, es el asesinato del corcovado a manos del narrador-personaje. Este hecho, referido a manera de confesión a lo largo del cuento, es la perversa justificación de un asesinato, de acuerdo a las palabras del autor coreano:
La confesión debe ser una conversión y el que confiesa debe sentirse arrepentido. Es una regla que hallamos en Las confesiones de San Agustín, el prototipo de la narración confesional. Pero la confesión del narrador de El jorobadito no se atiene a esta regla. Por el contrario, presentando a Rigoletto y describiendo su actitud victoriosa, afirma la presencia del mal y su crimen perverso. Es una confesión no como una conversión sino como una perversión. Pretende que su actitud puede justificarse y su ser puede situarse del lado de la sociedad normal distinguiéndose de Rigoletto. Pero al final, triunfa su risa demoniaca que se acepta a sí mismo, afirmando el mal y lanzando una carcajada al mundo. [10]

Por su lado, Roberto Vélez Corres ha dedicado un libro al tema de la malignidad en la obra del escritor argentino[11].  En éste texto trata de averiguar, más que las causas, los motivadores que tienen sus personajes, a los que califica como “seres alegremente perversos”, para realizar actos de traición, asesinato y sufrimiento. Actos que, dado el contexto en que se desarrollan sus vidas, son justificables en la medida en que los personajes buscan formas de “redención mesiánica”. En algunos momentos, señala Vélez Cortés, estos motivadores aparecen disfrazados de “proyectos de justicia social”; sin embargo los medios para lograrlos siguen siendo sumamente malos, crueles y sin piedad.[12]
Ambos autores señalan diferentes causas que originan el mal en los personajes de Arlt: Park dice que hace “único” al personaje y afirma su existencia; Vélez Cortés en cambio encuentra en ellos motivos de justicia; sin embargo reitero que, visto desde la literatura, puede ampliarse la perspectiva del mismo. En La literatura y el mal,  George Bataille ha elegido ocho autores para meditar  sobre el tema: Emily Bronte, Baudelaire, Michelet, William Blake, Sade, Proust, Kafka y Genet. Cada uno de estos nombres ha expuesto en su obra el funcionamiento del mal, afirmándolo o negándolo. A todos los une la misma visión que en el prefacio plantea el pensador francés sobre la literatura y el mal:”es lo esencial o no es nada”. A Bataille no le interesa el mal visto como una ausencia de moral; sino que el mal debe ser un compromiso sutil con la literatura. Siendo este arte “esencial”, debe plantear situaciones de lo humano. Sólo así se logrará la verdadera comunicación. De ahí la “irresponsabilidad” de la literatura: rescata lo humano del hombre y recupera una infancia libre de todo gobierno. [13]
A partir de la lectura de dicho texto, reflexionaré sobre los puntos mencionados párrafos arriba: la malignidad como un ejercicio de libertad en el narrador y la expiación de la humanidad por el mal cometido sobre Rigoletto.
Park detecta el papel de víctima del narrador-personaje, debido a su “sensibilidad” que le permite descubrir la maldad en los seres de aparente bondad. Es un don lo que transforma al personaje en una “persona negativa”: de ahí que asesine al jorobadito y justifique su crimen.[14] Esta conclusión es extraída de la digresión que el narrador-personaje tiene sobre su niñez: “Recuerdo (y esto a vía de información para los aficionados a la teosofía y la metafísica) que desde mi tierna infancia me llamaron la atención los contrahechos. Los odiaba al tiempo que me atraían […]”[15]. La propuesta del autor coreano, si bien es fiel al párrafo citado, éste hay que interpretarlo de manera diferente para llegar a la lectura que propongo; finalmente este trabajo trata sobre libertad y expiación en El jorobadito.  La declaración del narrador-personaje, me lleva a compararlo con el análisis que George Bataille hace sobre Baudelaire:
Solamente designa con el nombre de libertad  a ese estado posible en que el hombre no posee ya el apoyo del Bien tradicional -o del orden establecido – […] Baudelaire “jamás superó el estadio de la infancia" "Definió el genio como a la infancia recuperada a voluntad" […] Pero si "el niño crece, saca a los padres la cabeza y mira por encima de ellos", puede darse cuenta de que "detrás de ellos no hay nada". Los deberes, los ritos, las obligaciones precisas y limitadas han desaparecido de golpe. Injustificado, injustificable, tiene bruscamente la experiencia de su terrible libertad. [16]

De acuerdo a esta cita la libertad en la obra de Arlt supondría un regreso a la infancia,  etapa de la vida en que los conceptos de “bien” y  “mal” no están presentes en el individuo, si no es a través de una figura de autoridad. De acuerdo a esto cabe la pregunta ¿Qué conciencia moral hay detrás de este personaje?  El narrador, si bien es cierto se convierte en una víctima, poco tiene que ver con la sensibilidad que padece; más bien comete el asesinato porque carece de una conciencia propia, regresa a su primera etapa de vida para atreverse a “mirar por encima” de la policía, jueces y autoridades; quienes representan la autoridad que sustituye a los padres, y la conciencia del personaje. 
Esta condición, también acompaña el pasaje en que el narrador trama cómo deshacerse del compromiso de casamiento con su novia:
Sabía que en la casa, lo poco bueno que persistía en mí iba a naufragar si yo aceptaba la situación que traía aparejada el compromiso. Ellas, la madre y la hija, me atraían a sus preocupaciones mezquinas, a su vida sórdida sin ideales, una existencia gris, la verdadera noria de nuestro lenguaje popular, en el que la personalidad a medida que pasan los días se va desintegrando bajo el peso de las obligaciones económicas, que tienen la virtud de convertir a un hombre en uno de esos autómatas con cuello postizo, a quienes la mujer y la suegra retan a cada instante porque no trajo más dinero o no llegó a la hora establecida. [17]

Para Se-Hyeong Park,  casarse le significará al narrador-personaje convertirse en un esclavo y quedar atrapado en las normas establecidas por la clase dominante. Por eso, en contubernio con Rigoletto, debe provocar un escándalo y escapar de la trampa del matrimonio.[18]  No obstante el rechazo que el personaje siente hacia la vida conyugal, existe un elemento más; esto es el respeto excesivo que siente hacia la imponente figura de Elsa, su novia: “Naturalmente, ella desde el primer día que nos tratamos me hizo experimentar con su frialdad sonriente el peso de su autoridad […] Frente a ella me sentía ridículo, inferior, sin saber precisar en qué podría consistir cualquiera de ambas cosas.”[19]
Ante la posibilidad de contraer un compromiso matrimonial, el excesivo respeto que Elsa le infunde y las dudas que tiene sobre su cariño, el narrador decide romper definitivamente con ella. Maquina un plan en compañía de Rigoletto. Este consiste en llevarlo a casa de su novia para que sea besado por ella, petición disfrazada bajo prueba de amor. Sabedor de la insolencia y cinismo del jorobadito, el narrador encarna en él su propio mal: “El viento doblaba violentamente la copa de los árboles, pero el maldito corcovado me perseguía en mi carrera, como si no quisiera perderme, semejante a mi genio malo, semejante a lo malvado de mí mismo que para concretarse se hubiera revestido con la figura abominable del giboso”.[20]
La reacción de Elsa ante semejante petición y la figura del extravagante personaje, es totalmente de rechazo. Siendo ella una figura imponente para el narrador, y como tal, símbolo del orden establecido, el narrador lo quebranta reafirmando su libertad. Lo mismo sucede con la negativa del narrador a casarse, hacerlo supondría “crecer” de acuerdo a lo que de él espera la sociedad. Al respecto Bataille comenta lo siguiente:  
En la educación de los niños se suele definir generalmente el Mal como "preferencia por el instante presente". Los adultos prohiben a los que deben alcanzar la madurez, el divino reino de la infancia. Pero la condena del instante presente con miras al porvenir, aunque es inevitable, es aberración cuando es última. Tan necesario como impedir su acceso fácil y peligroso es volver a encontrar el "instante" (el reino de la infancia), y esto exige la transgresión temporal de la prohibición.[21]

Los motivos que tienen los personajes arltianos son muy distintos; sin embargo todos buscan existir en medio de la oscuridad que les rodea. Reitero esto para abrir el tema sobre el personaje de Rigoletto,  que merece mención aparte. Ya he dicho que Roberto Vélez Cortés ha pensado  los personajes de Arlt como “proyectos de justicia social”. Esta afirmación es acertada, sus personajes toman el papel de “antihéroes que se mueven en torno a submundos regidos por una “antiética”.[22] A pesar de que el término es adecuado, considero que al analizar el comportamiento del jorobadito es más preciso el de “expiación” (como un sinónimo de justicia).
Rigoletto trabaja en un café, levantando apuestas entre los clientes del barrio; también se sabe que ha ejercido el oficio de bolero. En los primeros párrafos del relato, el narrador justifica su crimen alegando que el jorobadito era un hombre cruel y al que todos los días había que reprender: “Mirá, Rigoletto, no seas perverso. Prefiero cualquier cosa a verte pegándole con un látigo a una inocente cerda. ¿Qué te ha hecho la marrana? Nada. ¿No es cierto que no te ha hecho nada?”. [23]
¿Por qué entonces el jorobadito laceraba a la cochina? En su primer acercamiento con el narrador, el corcovado se declara como una víctima de la humanidad: “Basta mirarme para comprender de inmediato que soy uno de aquellos hombres que aparecen de tanto en tanto sobre el planeta como un consuelo que Dios ofrece a los hombres en pago de sus penurias, y aunque no creo en la santísima Virgen, la bondad fluye de mis palabras como la piel del Himeto”.[24] Asumido el papel de víctima, el jorobadito sólo espera que la vida lo redima;  este momento llega cuando el narrador y Rigoletto se conocen; al principio es sólo curiosidad, posteriormente tienen un diálogo hiriente dictado por la antipatía que se profesan; por último reconocen que dependerán uno del otro para lograr sus objetivos: el plan está hecho y se encaminan a casa de Elsa.
Sobre esto  George Bataille  reflexiona: “Un ser orgulloso acepta lealmente las consecuencias más terribles de su desafío. Incluso en algunos casos llega más allá. [...] Es también el mundo de la expiación. Una vez que la expiación se ha realizado, entonces se vislumbra la sonrisa, que sigue siendo escencialmente igual a vida.”[25]
Por supuesto es el interés de que la humanidad expíe la culpa por lo que ha hecho con su aspecto, lo que finalmente convence a Rigoletto para prestarse al juego del narrador. Como considera Bataille, implica de forma esencial la consideración del porvenir.[26] Sin embargo la búsqueda del bien para el jorobadito jamás llega, ante la negativa de Elsa por besarlo él reacciona violentamente:
Ustedes están obligados a atenderme como a un caballero. E1 hecho de ser jorobado no los autoriza a despreciarme. Yo he venido para cumplir una alta misión filantrópica. La novia de mi amigo está obligada a darme un beso. Y no lo rechazo. Lo acepto. Comprendo que debo aceptarlo como una reparación que me debe la sociedad, y no me niego a recibirlo. [27]

Ya he mencionado el desenlace de este episodio: el jorobadito saca un revolver y amenaza a Elsa y su familia. Al igual que los demás personajes de Roberto Arlt , “es” y “existe” a través de un elemento que es la maldad, situación que lo convierte en entrañable. Pero esa maldad, por ser expuesta a partir de personajes literarios no deja de ser  veraz. El escritor bonaerense los crea a partir de su experiencia en el submundo porteño y su condición humana. ¿Los liberó? ¿Los redimió a partir de su obra? Detectar lo particular o específico en cada personaje de la narrativa arltiana, y desde la propuesta que hace Bataille sobre el tema del mal, nos llevará a comprender más la literatura; misma que forzosamente incluye el mal como parte de su efecto liberador y expiatorio.
FUENTES DE CONSULTA
anderson imbert, e. Historia de la literatura hispanoamericana II. Época contemporánea, 5ª ed., Fondo de Cultura Económica, México, 1985.
arlt, roberto El jorobadito, 1ª ed., Bruguera, Barcelona, 1981. Los siete locos/Los       lanzallamas, 1ª Ed. de Adolfo Prieto, Ayacucho, Caracas, 1978.
bataille, george  La literatura y el mal.1ª Ed. y traducción de Roberto Contel, Ed. elaleph.com, pp. 1-283 http://www.animalario.tv/PorcoArchivo/Biblioteca/18.%20Georges%20Bataille%20-%20La%20literatura%20y%20el%20mal.pdf/ última consulta 2 de diciembre de 2010.
park, se-hyeong La confesión perversa: Un acercamiento a “El jorobadito” de Roberto Arlt, “Espéculo”, Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid/https://www.ucm.es/info/especulo/numero42 /confperv.html/última consulta 2 de diciembre de 2010. 
vélez corres, roberto El misterio de la malignidad. El problema del mal en Roberto Arlt .1ª ed., Universidad de Caldas, Manizales, 2002.


[1] El relato que analizo en este trabajo lleva el mismo título y fue publicado, junto con nueve cuentos más, por la editorial Anaconda en 1933.
[2] Este ciclo incluye las novelas El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas y El amor brujo.
[3] E. ANDERSON IMBERT, Historia de la literatura hispanoamericana II. Época contemporánea, 5ª ed., Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 280. 
[4] El nombre del personaje remite  a la ópera Rigoletto,  basada en la obra teatral Le Roi s'amuse de Víctor Hugo. Se trata de un drama de pasión, engaño, amor filial y venganza que tiene como protagonista a Rigoletto, el bufón jorobado de la corte del Ducado de Mantua.
[5] Los siete locos fue publicado en 1929.
[6] ROBERTO ARLT, Los siete locos/Los lanzallamas, 1ª Ed. de Adolfo Prieto, Ayacucho, Caracas, 1978, p.55.
[7]  SE-HYEONG PARK, La confesión perversa: Un acercamiento a “El jorobadito” de Roberto Arlt, Espéculo, Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid/https://www.ucm.es/info/especulo/numero42 /confperv.html/última consulta 2 de diciembre de 2010.                                                 
[8] GEORGE BATAILLE, La literatura y el mal.1ª Ed. y traducción de Roberto Contel, Ed. elaleph.com, pp. 1-283, http://www.animalario.tv/PorcoArchivo/Biblioteca/18.%20Georges%20Bataille%20-%20La%20literatura%20y%20el%20mal.pdf/ última consulta 9 de enero de 2010.
[9] Idem.
[10] Idem.
[11] ROBERTO VÉLEZ CORRES, El misterio de la malignidad. El problema del mal en Roberto Arlt .1ª ed., Universidad de Caldas, Manizales, 2002.

[12] Ibid.,24.
[13] Ibid., pp.23-24
[14] Idem.
[15] ROBERTO ARLT, El jorobadito, 1ª ed., Bruguera, Barcelona, 1981, pp.21-22.
[16] Ibid., 55-56.
[17] Ibid., 31
[18] Idem.
[19] Ibid., 28-29.
[20] Ibid., 35
[21] Ibid.,38.
[22] Idem.
[23] Ibid,. p.22
[24] Ibid., p.27
[25] Ibid., p. 52.
[26] Ibid., p.38.

[27] Ibid., p.38.